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Bon Vent, las palabras del viento

Restauració

-Un artículo sobre el nuevo nombre del restaurante del Club Náutico de Altea.

-El historiador Juan Vicente Martín Devesa nos cuenta el origen de esta expresión, buscando en las diferentes referencias al viento que recorren la cultura popular.

 

El viento es una corriente de aire. Un fenómeno provocado por los cambios de presión propio de la circulación de fluidos y gases. El aire de la atmósfera se desplaza a causa de la diferencia de temperatura, humedad, densidad… y mientras sube crea estas corrientes, como si se tratase de las burbujas de gas carbónico de algunas bebidas.

 

Sin embargo, reducir al viento a su condición física sería como decir que las palabras sólo son los sonidos que produce nuestro aliento al pasar de las cuerdas vocales a la boca. En estas corrientes de aire, el viento o las palabras, también viajan ideas, sueños, deseos y miedos. Y cuando las palabras no se escriben… se las lleva el viento.

 

En esto coincidimos casi todas las civilizaciones cuando usamos el viento como ejemplo de aquello que es fugaz, de aquello que sucede sin dejar huella. Este símil ya aparece en la epopeya de Gilgamesh hace más de 4000 años cuando se dice que todo lo que ha construido la humanidad no es más que viento.

 

A pesar de recordarnos nuestro efímero paso por la vida, envidiamos al viento porque representa la libertad, aquello que no conoce barreras ni ataduras. Tal vez por esto muchas culturas del mundo han atribuido al viento voluntad y también sabiduría. Ya saben, la respuesta está en el viento.

 

Los meteorólogos también bautizan a las borrascas, huracanes y tifones con nombres propios, como si fuesen seres animados, por una cuestión práctica y según una lista preestablecida. Pero cuando las lluvias y vientos que generan son especialmente destructivos eliminan el nombre de la lista, no vaya a ser que renazca la tormenta.

 

Incluso los antiguos griegos los convirtieron en dioses, ya que cada viento tenía su propia personalidad y temperamento. Para este pueblo de navegantes mediterráneos Eolo liberó a los Anemoi, los dioses que gobernaban los cuatro vientos principales: Boreas, Noto, Euro y Céfiro.

 

Esta tradición llegó a la Edad Media. El poema del siglo XV veles e vents es una súplica a los vientos para cumplir el deseo de volver con la amada. El Garbí nos traerá de vuelta a nuestras costas con la ayuda de Xaloc, Llevant y sus amigos Gregal y Migjorn que luchan contra  Ponent y Mestral con el permiso de la Tramuntana. Ausias Marc no elige estos vientos al azar. Los enemigos del retorno son los vientos del oeste y el noroeste, mientras que con los otros se puede navegar usando diferentes maniobras.

 

Esta influencia marinera es fundamental para entender la estrecha relación del viento con el azar y la suerte en muchas lenguas. Juntos, el viento y el mar representan aquello que no podemos controlar, lo que el destino nos deparará.

 

Cuando un asunto va bien, decimos habitualmente que va viento en popa, ya que no hay mejor orientación del viento que esta que nos impulsa sin esfuerzo. Para los antiguos romanos era muy importante tener venti secundi (vientos favorables) en una empresa y, si la suerte continua, decimos que estamos en racha. Para los griegos, más vale buen viento que fuerza de remos, en referencia a que más vale suerte que esfuerzo. Pero cuidado con un mal viento, que es como denominamos a cualquier inexplicable giro de la fortuna. Tal vez de esta precaución nace el dicho castellano a buen viento mucha vela, pero poca tela.

 

La necesidad puso a prueba nuestro ingenio desde la antigüedad, nos obligó a adaptarnos a cualquier viento y a perfeccionar el arte de navegar. Porque la incertidumbre sólo se puede combatir con decisión e ingenio, con la especial capacidad de improvisar aprendida con la experiencia. Por esto Séneca nos recordaba en una de sus frases lapidarias que no hay viento favorable para aquel que no sabe a que puerto se dirige.

 

Sin embargo uno de los mayores peligros para las largas travesías marítimas antes del siglo XIX era la falta de viento. Por ello antes de zarpar las tripulaciones debían proveerse de todo lo necesario para un viaje de duración incierta. Además de los instrumentos de navegación, el bien más preciado era el agua dulce y los alimentos, a pesar de que su conservación a bordo era muy problemática. Otra vez el viento acudía al rescate.

 

El pulpo, la melva, el bonito o la bacaladilla (capellans) se podían  secaban al viento en cubierta para conservarlos. Pero también los embutidos de tierra adentro necesitaban el frio viento de las montañas para curar el jamón, los salchichones o el chorizo.  En otros casos se empleaba la salmuera para conservar los alimentos como las anchoas o el sangatxo tal y como la inventaron los navegantes fenicios y la difundieron los romanos desde época antigua. De la misma manera que las lenguas distintas comparten las mismas visiones del viento, también comparten soluciones gastronómicas similares.

 

Con estas conservas, cebollas y algo de arroz, pasta o patatas se obraba el milagro de nuestra gastronomía tradicional. La caldereta de pescado, la fideuá o las distintas variedades de pescado son fruto de la necesidad y la improvisación. Hay quien afirma que la fideuá se inventó en una barca de pesca de Gandía cuando a la hora de comer se dieron cuenta de que habían olvidado el arroz. Lo sustituyeron por fideos y solucionado.

 

Puede parecer un contrasentido que para saber lo que hay que hacer en situaciones adversas, cuando nos falta algo, hay que buscar en lo que uno tiene, pero sabiendo a donde ir. Por esto improvisar no es innovar. Es saber que hacer con cada viento, con cada ingrediente.

 

Aunque las velas han sido substituidas por motores, las expresiones relacionadas con el viento han quedado en el habla cotidiana. A pesar de la introducción de refrigeradores seguimos elaborando salazones y seguimos cocinando los guisos básicos producto de la necesidad de la navegación.

 

Visto así, que un restaurante adopte el nombre de Bon Vent es muy marinero y tiene relación con la cocina. Pero, ¿cuándo se usaba esta frase?

 

El origen de esta expresión hay que buscarlo en las diferentes referencias al viento que recorren la cultura popular. En Italia se puede decir Buon vento como bienvenida y en francés Bon vent es una despedida. En castellano se puede usar con ironía invitando a que alguien se marche, similar a la expresión con viento fresco. En Croacia existe una expresión de despedida, deseando buena suerte y dice algo así como que el viento te acompañe. En portugués existe la expresión Bom vento e boa mare similar a la valenciana Bon vent i barca nova, y ambas  participan de todos los sentidos anteriores.

 

Al final las palabras, como el viento, también tienen su propia personalidad y depende de donde soplen, tienen su temperamento particular.


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